Lo cierto es que los atomistas
dieron vuelta al problema de los eleáticos: si lo que imposibilita el
movimiento es que el no ser no es (y por lo tanto nada puede ir de un lugar a
otro porque estaría moviéndose hacia algo que todavía no es), admitamos que no
hay ser para que no haya movimiento. Hagamos que el no ser sea. Es decir,
partamos ese ser inmóvil, continuo sin fisuras, de Parménides en bolitas de
ser, en pequeñas bolitas de materia que no puedan dividirse, y que conserven
los atributos del ser parmenideo, al tiempo que admitamos que entre esas
bolitas de ser (infinitas, increadas, indestructibles, inalterables, homogéneas,
sólidas e indivisibles) hay un espacio, un no-ser, en el que se mueven.
Las partes se llaman átomos. Y
como estas bolitas de ser no tienen partes, se llama átomos, es decir, sin
partes. Los atomistas, entonces, logran esquivar los problemas de la inmovilidad
haciendo que no haya ser, vacío, y que en ese vacío pululen bolitas de ser que
son los constituyentes de todas las otras cosas. Los átomos están
permanentemente en movimiento, incluso cuando ya han formado compuestos, lo
cual explica que de una cosa surja otra: son simplemente átomos que se combinan
y se recombinan incansablemente, ayudando por la existencia de un espacio vacío
en el que tienen libertad de moverse.
El no ser no se identifica con el
vacío; Descartes, dos mil años más tarde, suscribirá esta opinión y negará la
existencia de ese vacío. Pero en el mundo de los atomistas, entonces, hay
vacío. Y átomos. Solamente átomos y vacio. Ese es el conocimiento verdadero
(episteme). Lo demás es doxa (opinión).
Como los otros físicos, o
filósofos de la physis, Leucipo y Democrito postulan la indestructibilidad de
la materia y la existencia de una unidad sustancial, pero, como los eleáticos,
se alejan de la observación y la experiencia (pues el átomo no cae bajo la
órbita de los sentidos). Solo los átomos y el vacío son reales y, aunque no
sean sensibles, conservan un resabio de empirismo.
Las colisiones entre los átomos
producen separaciones y uniones, formando todas las agrupaciones que se ven a
simple vista. La verdadera realidad, el ser, no está al alcance de los
sentidos, sino que subyace. El conocimiento legítimo es el que proviene del
entendimiento.
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